Premio a la mejor familia de la playa
Una tarde cualquiera en una playa de Barcelona.
Además de leer un libro —intentando al mismo tiempo que, con la ayuda de una buena aplicación de crema solar, mi piel (naturalmente blanquecina y altamente inflamable) tome un color agradable sin llegar a quemarse—, a veces suelo observar también lo que pasa a mi alrededor.
En un determinado momento, llego a tener la sensación de que igual, en la misma playa, se está celebrando un concurso para otorgar un premio a quienes se porten de la manera más educada.
Entre las candidaturas para optar al galardón, debe de haber la de la familia (compuesta por un padre, una madre, un niño de unos cinco o seis años, y una niña de unos tres o cuatro años) que tengo a unos escasos metros a mi izquierda.
La primera frase que me llama la atención viene del niño: «Yo no me mojo; si no, luego no me seco».
A la cual el padre, con cariño, contesta: «Pero si el agua está perfecta… ¡Anda, mójate, que queda tiempo!».
Aun así, de momento los niños no parecen tener especial interés en bañarse.
Se quedan jugando tranquilamente cerca de sus padres: sin gritar, ni correr, ni molestar a nadie.
Al cabo de un rato, la madre, con calma, le dice lo siguiente a la niña, que, por lo visto, acaba de volver de una breve “excursión”: «Me parece muy bien que vayas a tirar la basura, pero me tienes que avisar, ¿vale? Es que necesito saber dónde estás en cada momento. Lo entiendes, ¿verdad?».
Es decir, refuerzo positivo y, a la vez, una explicación eficaz y sencilla de lo que es necesario mejorar y por qué.
Mientras tanto, el libro que estaba leyendo ya ha pasado en segundo plano: estoy completamente fascinada por el comportamiento de los integrantes de esta familia.
Pero es cuando finalmente a los niños se les antoja un baño, y la pequeña exclama «¡Vamos al agua!», que la madre me sorprende aún más.
En lugar de ordenarle a su hija que coja las gafas o —quizás peor aún— dárselas ella misma, pregunta en tono tranquilo: «¿Las gafas dónde están?».
Y la niña, evidentemente, va a buscarlas y se las pone ella solita.
Pues, de verdad: no sé dónde está el jurado —o la cámara oculta—, pero diría que no solo hay esperanza debajo del sol, sino que, sin duda alguna, estos cuatro bañistas sosegados se merecen el premio a la mejor familia de la playa.
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