Crónicas de testing doméstico
Una mañana cualquiera.
Preparo mi cafetera italiana y enciendo la vitro (o eso creo).
Al cabo de unos minutos me doy cuenta de que todo sigue igual: es decir, igual de frío.
Primer pensamiento (con las neuronas aún a medio encender): se ha roto la vitro.
El segundo: no puede ser.
El tercero: vamos a ver el cuadro eléctrico…
La palanca del diferencial está bajada.
Intento volver a subirla: no puedo.
Debe de ser una sobrecarga o una fuga de corriente.
Pero, ¡qué raro! No estaba haciendo la lavadora, ni planchando…
¿Qué puede ser?
Al cabo de un rato (con las neuronas aún a medio encender y falta de cafeína), reparo en el calentador.
Desconecto el enchufe.
Regreso hacia el cuadro eléctrico. Ahora sí puedo subir la palanca.
Vuelvo a conectar el calentador y, como era de esperar, vuelve a saltar la corriente.
Bien, ya tenemos un sospechoso…
La buena noticia es que, como que la vitro no está rota, ya me puedo tomar mi café tranquilamente.
A lo largo de la mañana, le voy haciendo un seguimiento al sospechoso.
Después de tenerlo desconectado un rato, vuelvo a conectarlo: cada vez que lo hago, la corriente no tarda más de cinco o diez minutos en saltar.
Me pongo en contacto con mi manitas de confianza para que venga a echarle un vistazo lo antes posible.
Mientras, empiezo a pensar que la cal debe de haber dañado la resistencia.
De hecho, al día siguiente me doy cuenta de que en la fuente eléctrica de mi gata hay mucha cal.
Todo cuadra…
Pero el día que viene el manitas, tal y como suele pasar cuando un tester le quiere enseñar un posible bug a un programador, el defecto no es reproducible.
Así que no podemos hacer nada más que hablar de los síntomas. De poco nos sirve si no podemos ver los efectos del problema.
¡Qué rabia!
Al cabo de casi una hora hablando y esperando, quedamos que le avise si vuelve a pasar lo que le he explicado.
Por la noche, cuando hace mucho que el programador, quiero decir el manitas, ya está lejos, el problema se vuelve a presentar.
Después de dedicarme a reproducir el bug un par de veces más, acabo desenchufando el calentador.
Mañana ya avisaré al manitas.
Al día siguiente, después de tomarme mi café, me acuerdo de una frase que, casi sin querer, el programador/manitas dijo antes de marcharse: “Igual ni siquiera es el termo… Podría ser el enchufe…”
Como que el escenario correspondiente todavía no ha sido probado, busco un cable alargador para conectar el calentador a otro enchufe y… ¡bingo! La corriente ya no vuelve a saltar.
Después de unas cuantas horas sin problemas, vuelvo a llamar al manitas para decirle que, según parece, su intuición era correcta, y para pedirle si puede pasar a arreglar el enchufe.
A la mañana siguiente, una vez cambiado el enchufe, todo parece estar resuelto.
Me despido del manitas con la sonrisa agradecida de quien se alegra del hecho de que ya no peligran ni el café ni la ducha…
Pero, al cabo de muy poco tiempo, lo que parecía un final feliz tiene un giro inesperado.
De hecho, cuando no pasan ni diez minutos desde que mi salvador se ha ido, vuelve a saltar la corriente.
Esta vez, el estado del cuadro eléctrico es aún más contundente: no sólo ha bajado la palanca del diferencial, sino también la del interruptor general, afectando incluso al alumbrado.
Después de una rápida consulta telefónica con el manitas (que ahora supone que podría haber un problema en el cableado), vuelvo a recurrir al cable alargador que me había permitido disfrutar de más de un día y medio sin que saltara la corriente.
Pero, por extraño que parezca, volver a ponerlo todo como antes, ya no resuelve el problema: las dos palancas del cuadro eléctrico ahora bajan al instante.
Así que vuelvo a llamar al manitas: “Houston, tenemos un problema…”
“Pues, igual sí que es el termo…” —me dice, sin poder ocultar su perplejidad.
Reconociendo la gravedad del problema, me promete volver a pasar por mi casa lo antes posible.
Yo, mientras tanto, le sigo dando vueltas al asunto.
Voy repasando síntomas e indicios (inclusa la cal en la fuente de mi gata), y a pesar de que, en muchas investigaciones, el primer sospechoso no suele ser el verdadero culpable, todo parece apuntar al termo.
Cuando vuelve el manitas, con paso firme y un multímetro en las manos, se va directamente hacia el sospechoso.
Acto seguido, al detectar continuidad en el circuito eléctrico, declara oficialmente la muerte del calentador.
Al día siguiente, aparece con uno nuevo.
Durante las tareas de desmontaje del termo difunto e instalación del nuevo, aprovechamos para reflexionar sobre el hecho de que incluso escenarios aparentemente idénticos pueden dejar de serlo si, mientras tanto, las condiciones de contorno han cambiado.
Dicho de otra manera, una vez una resistencia ha llegado a su límite, los demás parámetros del sistema pasan a ser irrelevantes.
Al cabo de un par de horas de trabajo, y justo una semana después de los primeros síntomas, tester y programador celebran la puesta en marcha de un nuevo calentador.
Sí, ya lo sé: mi calentador no lleva software.
Pero de verdad ¿alguien cree que a un tester eso le importa? 😉
Gracias por leer este artículo.
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